Un reportaje sobre la paradoja del éxito que traiciona sus orígenes
SANTO DOMINGO.- En el despacho de la décima planta, con vista al malecón y aire acondicionado que hiela los huesos, Don Carlos repite el ritual que juró odiar: gritar órdenes mientras bebe café cargado, exactamente como hacía su antiguo patrón en la construcción. Él, que llegó desde Haina hace veinte años con una maleta de cartón y zapatos rotos, ahora exige a sus empleados "más dedication y menos quejas". La misma frase que le rompió el alma en su juventud.
Esta no es una crónica sobre el éxito. Es la crónica de una traición silenciosa que se repite en oficinas, constructoras y negocios de la capital: la de quienes, habiendo conocido el sabor amargo de la lucha, sirven la misma medicina a los que están donde ellos estuvieron.
EL ESPEJO ROTO
En el café de la Zona Colonial, María, 28 años, cuenta su historia con las manos temblorosas. "Mi jefa llegó desde Najayo, limpió casas para pagarse la universidad... y ahora nos humilla si pedimos una hora para ir al médico". La voz se le quiebra. "Esperaba comprensión, pero encontré a alguien más dura que los que nacieron en cuna de oro".
El psicólogo laboral Rafael Santos lo explica así: "Es el síndrome del 'sobreviviente enfurecido'. No sanaron sus heridas, las convirtieron en armadura. Creen que si ellos aguantaron, todos deben aguantar. Es una forma distorsionada de validar su propio sufrimiento".
LA LÓGICA DEL RESENTIDO
En el polígono industrial de San Cristóbal, Roberto (nombre cambiado) supervisa a 50 obreros. "A mí me pagaban miserias y me trataban como animal", justifica sus métodos duros. "Si yo pude, ellos también".
Esta lógica del "sálvese quien pueda" es común entre quienes internalizaron la ley del más fuerte. La socióloga Elena Peña lo analiza: "Creen que la empatía es un lujo que no pueden permitirse. Temen que ser compasivos los debilite y los regrese al abismo del que salieron".
LOS QUE ROMPEN EL CÍRCULO
Pero hay esperanzas. En la avenida Duarte, Jorge Mota dirige su taller mecánico con una filosofía diferente. "Aprendí que el verdadero éxito es tender la mano", dice mientras capacita a jóvenes del barrio. "¿De qué sirve llegar arriba si convertiste tu corazón en piedra?"
Como él, cada vez más emprendedores entendieron que la movilidad social no es individual, sino colectiva. Crean redes de apoyo, pagan salarios justos, recuerdan de dónde vienen.
EPÍLOGO: Mientras cae la tarde sobre el Ozama, Don Carlos mira desde su oficina a un joven que reparte comida en motoconcho. No lo sabe, pero ese muchacho es su hijo. El círculo se cierra, a menos que alguien tenga el valor de romperlo. La pregunta que flota en el aire caribeño es: ¿cuántos elegirán ser el cambio que necesitaron, y cuántos seguirán siendo eco vacío de un dolor que nunca superaron.
BANEL FELIX

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